miércoles, 31 de agosto de 2011

La Desembocadura del Guadalhorce es un hermoso paraje natural protegido con la peculiaridad de estar enclavado en pleno casco urbano de la ciudad de Málaga. En él se puede disfrutar de la belleza del río , las cinco lagunas que lo conforman , la playa y sobretodo las aves que lo habitan. Su conservación es buena salvo en el brazo del río próximo a Sacaba Beach donde las aguas permanecen estancadas y su mal estado hacen que casi podamos hablar de un presunto “delito ecológico” en plena ciudad.



La Desembocadura del rió Guadalhorce es un espacio protegido con la figura de Paraje Natural.Su mayor peculiaridad es la de estar localizado dentro del casco urbano de la ciudad de Málaga entre las barriadas de Sacaba Beach y Guadalmar. Tiene una superficie aproximada de 67 hs. Su tipología es de humedal mediterráneo andaluz. Tiene un gran valor ornitológico por su situación estratégica en la costa mediterránea andaluza para las rutas estratégicas migratorias. Hasta los años 60 era finca cultivada que limitaba con áreas de marisma , albuferas y pequeñas lagunas que llegaban a la playa. En los años 70 se abandonaron los cultivos y se comenzó con la extracción de áridos para la construcción de la entonces emergente Costa del Sol. Así se crearon hasta cinco lagunas , denominándose Laguna Grande la de mayor profundidad y extensión. Eucaliptal y Casillas es el nombre de otras dos lagunas. Desde su declaración como espacio natural protegido en 1989 la Desembocadura del Guadalhorce ha sido objeto de obras de acondicionamientos y mejora ambiental. Entre la vegetación más representativa destacan los tarajales ,los juncales y carrizales. En la playa aparecen comunidades de dunas. Las márgenes del río están ocupadas por álamos, eucaliptos y sauces. Contiene una rica y variada fauna de aves, reptiles y anfibios. Entre las aves destacan el morito, el flamenco, la espátula, la cigüeña negra (de paso), la gaviota de Audouin, el martín pescador o la pagaza piquirroja, además de otras más comunes como garcillas, pardelas, charranes, fochas, anátidas, etc. Los mamíferos más comunes son el conejo, los micromamíferos (musaraña gris, ratón de campo,rata de agua, topillo común, lirón careto) comadrejas, turones y zorros.


En los años 60 se descubrió en este emplazamiento la ciudad fenicia del Cerro del Villar, fundada en el S. VIII a C.

Las excavaciones arqueológicas han revelado que se trata de un asentamiento fenicio, con una trama urbana compleja, con una estructura formada por grandes viviendas, con calles porticadas con posibles áreas de mercado, restos de edificaciones portuarias, una posible muralla y un cinturón industrial. Todos ellos rasgos urbanísticos más propios de una ciudad que de una simple colonia.

El estado de conservación del Paraje es bueno salvo en el brazo del río que da a la zona próxima a la urbanización de Sacaba Beach. Aquí el agua suele estar estancada casi todo el año con malos olores e insectos sin embargo las administraciones responsables no actúan ante lo que podríamos calificar de delito ecológico en plena ciudad.

 El periódico “La Opinión de Málaga “ recogió el estado de abandono de la zona en el siguiente artículo de Lucas Martín:
El Guadalhorce, en el olvido

Suciedad, pesca furtiva, vertidos y barbacoas ilegales son problemas habituales cerca de la desembocadura del río
Matojos, latas de atún, barbacoas humeantes, peces y pájaros muertos, tiendas de campaña. Una mancha amarilla dibuja su contorno en el agua. Las ratas corretean entre los despojos. La entrada al orgullo verde de Málaga se ha convertido en un territorio estrepitosamente salvaje. Desembocadura del Guadalhorce. Junto al paraje natural. Punto de literatura ecológica ahora más cercana a la trama suburbana, negra, casi ingobernable.

Si los fenicios tuvieran que fundar de nuevo la ciudad, es probable que recularan hacia otro continente. Antonio Carlos Martínez, pescador deportivo y vecino de la zona, inicia un recorrido por el área y apenas tiene que seleccionar espacios para denunciar lo que todos en el barrio saben, que el entorno del paraje natural hace tiempo que dejó de representar un paraíso para los peces y las aves.

En la zona más próxima a la Carretera de Cádiz, uno de los distritos más poblados del sur de Europa, los problemas se multiplican y no atienden a papeles. Para advertirlos únicamente hace falta abrir los ojos. Martínez, al igual que Alejandro Martín, es de los que acuden diariamente al paraje a primera hora, de los que conocen palmo a palmo su cultura, su hábitat, y no necesariamente de flora y fauna silvestre. «Ya he recibido muchas amenazas por avisar a la Guardia Civil, pero aun así, esto sigue igual de abandonado», señala.
La última denuncia tiene especialmente preocupados a los clubes de pesca del barrio, donde son muchos los que obtuvieron la licencia para practicar el deporte en las áreas especialmente habilitadas. Una marea amarilla irrumpió a finales de junio junto a la desembocadura; una sustancia con olor químico, industrial, flanqueada de especies sin vida, la mayoría fluviales. La tarde en la que se realiza este reportaje, resta una película pajiza y un trágico balance, con ejemplares, incluso de pato, inertes entre los ristres y las rocas. «Lleva aquí diez días y hemos dado parte, pero no nos dicen nada. Si el río no estuviera abierto, la catástrofe habría sido histórica», indica Antonio Carlos.

La delegación provincial de Medio Ambiente no sabe nada del vertido. Si todo se limitara al accidente, la crónica y las quejas de los vecinos expirarían en este punto, pero el paraje, la vida complementaria y prescindible del paraje, convierte el caso en un nuevo capítulo de una novela turbia, próxima a la barbarie.

¿Exageración? Ni siquiera es necesario que los vecinos hablen. En apenas quinientos metros el inventario es apabullante. Un grupo de jóvenes mata literalmente a palos a las especies más apegadas a la orilla. Se advierte el olor ceniciento de un tronco convertido en fogata. Hay, incluso, tiendas de campaña, barbacoas abandonadas con restos de carne, ratas de dimensiones prehistóricas rivalizando entre las gaviotas y suciedad, mucha suciedad. Latas de cerveza, de comida, restos recientes, pero también del color del óxido, casi pendientes de la datación del carbono 14. «Ésas son de la fiesta de San Juan, de la de hace un año, que todavía no se ha limpiado», declara Alejandro.

Los pescadores, veteranos del paraje, señalan a otras trampas menos evidentes. La acumulación de cañas y matojos en las playas salvajes, las que engarzan con el final del río, eleva el riesgo de incendio. Un peligro que si es ya de por sí alto en otros puntos, aquí se multiplica por la presencia constante de excursionistas y visitantes de escasa conciencia medioambiental. «En algunas partes la orografía está tan limitada que el fuego podría hacer un verdadero desastre», opina Martín.

A la degeneración natural de la zona, se unen atributos humanos, algunos de ellos dramáticos. En un recodo próximo a la desembocadura, se asienta un poblado chabolista.

Y de la necesidad a la frivolidad, en la zona más frecuentada del área, la de Guadalmar, donde el verde apenas disimula un aquelarre nocturno en el que la fiesta se confunde con el lenguaje del sexo. Algo que los defensores del Guadalhorce rechazan, especialmente por la tensión a la que someten a la naturaleza. «No es uno de los usos más adecuados y puede ser muy peligroso. Están a pocos metros de un paraje natural», reseña.

Antonio Carlos dice que está harto de avisar a las autoridades. Cada semana, señala, hay un nuevo motivo para dar la voz de alarma.

Los pescadores furtivos son una amenaza constante y no sólo para la vida subacuática. Martínez señala al suelo y muestra una bobina de hilos confundida entre los hierbajos. «¿Sabes qué es esto?», pregunta. «Es lo que utilizan para pescar esta gente, es ilegal. Los pájaros creen que son matojos y se enredan, una trampa mortal para ellos», completa Alejandro.

Según declaran los vecinos, la vigilancia es deficiente. Durante las dos horas del reportaje, las únicas autoridades que se dejan ver por la zona son una patrulla de la policía nacional que sanciona a unos conductores por aparcar demasiado cerca de la orilla. A su alrededor, otro tipo de atrocidades se suceden. La antesala natural a la desembocadura poco a poco languidece.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Nos fuimos,mi marido y yo,creíamos que nos encontraríamos con un paisaje que nos hiciera olvidar un poco las preocupaciones cotidianas de cualquier padre de algún parado,pero no fue así,regresamos con un problema mas añadido,los puentes abarrotados de matojos,las vallas inexistentes en la mayoría del recorrido,seguramente robada impunemente,Pero cómo se puede abandonar una cosa de semejante envergadura.Yo,si me lo permite los responsables daría una sugerencia.En navidades,no poner tantos pascueros y destinarlo a esta causa